Me criaron alabando a la madre y santificando a la mujer. Según mi crianza, mi escuela y mi religión, una mujer es el equilibrio perfecto. No se admiten notas altas ni bajas, la melodía es en tono neutro, elegante y oportuna. La sabiduría es necesaria y el encanto poderoso. Eso aprendí en treinta años. Luego me tocó desaprender. Todos los días me enfrento a un montón de prejuicios y visiones reducidas de lo que es una mujer y teniendo una hija, me resulta avasallante la forma en que el mundo me reduce a pedazos, a partes inconexas de lo que debo ser. Al menos ya me liberé del "debo" y estoy aprendiendo a quedarme con el "soy", Aprendí que debo ser una mujer mesurada, calmada, que en pareja debo ser el agua que calma el fuego para evitar que los problemas lleguen a más, para mantener el equilibrio. Desaprendí que no siempre es así, que aquí dentro hay incendios. Incendios voraces que necesitan salir y expandirse. Que dentro había silencio y necesitaba salir...
Apuntes breves y no tan breves sobre más de diez cosas.