Hemos crecido escuchando del amor, de cómo uno
se encuentra a su media naranja, después de cumplir ciertos retos ineludibles y
testear lo cierto del sentimiento, embarcarse en una aventura infinita,
perpetua y duradera que nos ayudará a obtener la felicidad completa. Encontrar
a la pareja ideal se vuelve una tarea que todos emprendemos, creyendo que ese
amor tiene ciertas características específicas que nuestro propio medio se ha
encargado de construirnos.
Empezamos por creer que el amor es posesión. Es
nuestro. El otro, su tiempo, sus pensamientos, sus acciones, los motivos que le
mueven a hacer lo que hace. Nos despojamos de toda individualidad en pos del
bien compartido, del ideal de grupo y de la perfección de la pareja.
Esa reacción química que provoca el amor nos
ciega y de repente se transforma en posesión. Y qué difícil es separar ambas
cosas, cuando hemos aprendido que el control y el poder nos delimita el espacio
del amor.
Dónde está el otro, con quién sale, a quién le
llama, a quién ve, con quien habla y de qué. Ese espacio es demasiado abierto e
incómodo. El miedo de perder al otro nos lleva a reacciones absurdas como
limitar el espacio privado y necesario de cada ser humano. ¿Cuántas personas revisan
el celular de su pareja? ¿Cuántos conocen las contraseñas del otro en redes
sociales y espían constantemente interacciones y perfiles? Cuántos y cuántas
deseando ser transparentes en nombre del amor, ceden su libertad personal y su
espacio?
“Nunca me
molestaron sus celos, cuando iba con mi mamá, llamaba y me pedía sutilmente
saludarla, yo lo veía normal. No interfería demasiado con mi vida porque no
acostumbraba tener vida social. El único amigo hombre que tenía dejé de verlo
por presión de él y sus escenas de celos constantes. Me dolió perder esa
amistad, pero era más sencillo que pelear” cuenta E., quien identifica los
celos como una forma de ejercer control sobre el otro.
¿Y por qué sentimos celos? Particularmente
pienso que es miedo. Miedo a perder al otro porque entendemos que es nuestro.
Miedo a salirnos de una situación de comfort, en el caso de las parejas en las
que ya el sentimiento es débil. Miedo a la soledad en última instancia.
“Llegué a
manipularlo, me sentía todo el tiempo preocupada, inventando historias de lo que
estaba haciendo él y me daba coraje” cuenta D., quien reconoce que fue celosa y controladora “No lo dejaba tener amigos ni amigas, pero
creo que estaba evitando repetir el patrón de infidelidad que viví en la
relación de mis padres”
Muchas veces se asocian los celos con la
inseguridad y la autoestima, el sentirnos inferiores y poco atractivos para el
otro. Es una causa que nos reduce el amor a la atracción. Y mueve toda una industria de cosméticos,
ejercicio, ropa y arreglo personal que refuerza conceptos absurdos de belleza y
seguridad personal. En este entramado
mercadológico salimos perdiendo todos, pero sobre todo las mujeres. La idea que
nos venden es el de cumplir siempre el papel que se espera de nosotros, para
evitar que nos abandonen.
Permanecer esbelta, cumplir socialmente con el papel
que se nos asigna, emitir opiniones discretas y dentro de un marco aceptable y
sostener ante todo el marco familiar y el status quo, sea cual sea el precio y
muchas veces a costa de las satisfacciones personales y la realización.
Hace un par de meses me contaron la historia de
una mujer que vive en una aldea lejana. Dejó a su familia cuando se casó y se
integró a la familia del esposo. En algún momento él empezó a sospechar
infidelidad. La siguió y la encontró platicando con otro hombre. Los celos y la falta que para él representaba
la situación, lo llevó a agredirla e introducirle un trozo de carbón ardiente
en la vagina. Luego huyó. La mujer,
herida, tuvo que resguardarse con la familia de él sin poder siquiera buscar
ayuda médica. La comunidad le dijo que si hablaba, la policía la apresaría por
infiel. El caso permanece en silencio como miles otros de agresión física,
sexual, psicológica o económica.
Seguimos pensando que la infidelidad es delito,
que los celos son muestra de amor, que el sacrificio demuestra los
sentimientos. En vez de apostarle al
individuo e individua realizado plenamente, feliz consigo mismo y capaz de
construir relaciones maduras en las que el ejercicio de poder y control de uno
sobre otro no tiene espacio, donde podemos ser capaces de admitirnos como somos
y aceptar a los demás como son. Sin miedo a la soledad porque somos felices
viviendo con nosotros mismos.
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