Siglas moderno-coloniales
Por: @La_Introversion
Las ONGs
LGTBI surgen en Guatemala a mediados de los 90 en el contexto de la firma de
los Acuerdos de Paz y las comisiones de verdad y justicia por los cuales se pactó
formalmente el fin del conflicto armado interno, como parte del proceso
encubierto de imposición del neoliberalismo criollo de la mano del capital
extranjero y la subsecuente continuación de la invasión y expropiación del
territorio de los pueblos originarios que continúan en resistencia ante la
violencia y expoliación de la modernidad.
Todo en aras de imitar el “desarrollo” que supuestamente es resultado
directo y exclusivo del “trabajo” y organización social de los autodenominados
países “desarrollados”.
En ese
contexto, las organizaciones LGTBI han sido criticadas a partir de su lógica
homogeneizante que coopta la potencialidad rebelde de lo que podría llegar a
ser disidencia sistémica, convirtiendo a las relaciones sexo afectivas entre
mujeres, por ejemplo, en aspiracionismo heterosexual. Haría falta agregar que
dicho aspiracionismo heterosexual es también aspiracionismo blanco que intenta
(aunque difícilmente lo consigue) imitar el consumo blanco a través de la
acumulación de artefactos marcadores de clase y raza, en un contexto urbano, mestizo,
de clase media que oculta otras posibilidades-identidades de personas
racializadas que no encajan en la heteronorma, ni desean imitarla. La propuesta
LGTBI, es un proyecto político que en ningún momento pone en cuestión, por
ejemplo, de que manera la clase media llegamos a ser un conjunto de
consumidorxs exigiendo que se nos deje consumir, o cómo llegamos a entender que
brincar al ritmo de Madonna en discotecas gay vistiendo trapos de revistas es
“libertad”.
Las
reivindicaciones LGTBI reclaman el mejoramiento de privilegios a través del
aparato estatal existente, o uno nuevo y “adecuado” fundamentado en constituciones
que históricamente han sido un instrumento de occidentalización, y por ende
colonizadoras, en las que se inscribe la falsa universalidad de los derechos humanos,
escondiendo que la categoría de humanidad se circunscribe a la blanquitud
heterosexual burguesa.
En esa línea
de pensamiento legalista/moderno colonial que no busca cambios estructurales, y
al contrario, reapuntala las estructuras de la miseria, muchxs leen como un
avance la relativamente reciente tipificación de la discriminación como delito
en el Código Penal guatemalteco (que nombra una larga lista de características
a partir de las cuales se puede discriminar a una persona sin explicitar la sexualidad
como una de ellas), sin poner en cuestión qué estamos entendiendo por “avance”,
a partir de qué, por qué y fundamentalmente, para quién.
Es una forma
de hacer política que se fundamenta en la creencia de la modernidad como “el
ideal” de civilización humana, ocultando sus inconsistencias, que son la
colonialidad misma con todas sus dinámicas de muerte y depredación. Lamentablemente, como consecuencia de la alienación, a
veces validada formalmente por las universidades como cualquier cosa “positiva”,
muchxs hemos repetido frases imperiales como “libertad, igualdad y fraternidad”
sin reparar en que la periferia que habitamos nunca ha dejado de ser
considerada como territorio donde viven no-humanxs con abundantes recursos naturales
y fuerza de trabajo que deben ser aprovechados para beneficio de lxs humanxs
habitantes de la modernidad central.
Los grupos LGTBI no explican ni desmontan la compleja
construcción, entrecruzamiento, inseparabilidad y consolidación de las opresiones,
ni mucho menos ponen en cuestión la mercantilización de la vida misma. Al contrario,
hacen parecer que exigirle inclusión a estados intrínsecamente
heteronormativos, racistas y misóginos que existen por y para el capital, es
“avance” y que debemos emular a los países “desarrollados” para algún día dejar
de ser “atrasadxs”.
Los grupos que se organizan en torno al discurso de la
diversidad sexual operan desde la colonización mental/internalización profunda
de “la verdad” eurocéntrica y le dan continuidad, lo cual dificulta (cuando no imposibilita) dejar de creer que un
conjunto de reglas arbitrarias, instituciones y teorías sociales pensadas para
el sostenimiento de privilegios, nos van a dotar de libertad, atrofiando en el
proceso, nuestra capacidad creativa con la que podríamos imaginar otras formas
de vida.
Parches moderno-coloniales
Por: Liliana
Nuestra alienación es tal, que en la periferia nos
vemos a través de los lentes de la modernidad central. Nos vemos sin vernos, porque nuestra identidad
mestiza se basa en emular la blanquitud y, afortunadamente, fracasar todo el
tiempo en el intento, negando simultáneamente lo que verdaderamente somos.
La huída, el deseo de construirnos fuera y la pelea
constante ante el espejo. Rechazamos y remendamos en una sucesión
de parches superpuestos: ¿son estos también síntomas de colonialidad? ¿Estamos
aceptando ese patrón mundial de dominación? [1] ¿Se
forja nuestra visión de desarrollo, de identidades en esa colonialidad del
poder, en esa homogeneización con perspectiva eurocéntrica con ideología de
mestizaje y aspiración a lo “europeo”-blanco-burgués?[2]
¿Cuál es
nuestro lenguaje político[3]?
¿De qué manera este lenguaje promueve el cuestionamiento superficial que
únicamente especula sobre la piezas que la colonialidad y el poder han puesto
sobre el tablero sin cuestionar el tablero en si mismo?
Los lenguajes o discursos “se ensamblan unos con otros, se interpretan, se apoyan, se refuerzan,
se autoengendran y engendran otros. (…) El conjunto de estos discursos levanta
una cortina de humo –de ruido y confusión– para los oprimidos, que les
hace perder de vista la causa material de su opresión y los sume en una suerte
de vacío ahistórico.”[4] ¿Cómo
reconocernos y reconocer nuestra ideología mestiza, urbana, de clase media y
diferenciar si esta no es otra suerte de dependencia que no confronta
directamente la realidad de dominación-opresión sino, por el contrario la sostiene?
Nuestra idea de
sociedad, nuestras aspiraciones como tal están erigidas y sustentadas en cuanto
al pensamiento heterocentrado. Aquel que se fundamenta en “la necesidad del
otro diferente”[5],
es decir a quien oprimir, con toda la carga interpretativa que se establece desde
la dominación. El mismo sistema que ordena desde sus propias
oposiciones-dicotomías los conceptos, las búsquedas, las palabras y sus
significados. La oposición constante de los términos: desarrollado-no
desarrollado, pobre-rico, primer-tercer mundo, hombre-mujer nos llevan a
cuestionar de qué manera este lenguaje, estos discursos se reproducen
nuevamente en el campo político y en la búsqueda constante de ese término tan
frecuentemente nombrado: desarrollo, lo convierten en una bandera para
enarbolar pero que simbólicamente también representa la aspiración que se nos
permite, de aquello que por la misma aspiración sustentamos (lo blanco,
europeo, etc.) y que reproduce en nuestros contextos locales el mismo sistema
de dominación y control de unos por otros.
“Para quienes
escribimos, es necesario examinar no solo la verdad de lo que hablamos sino la
verdad del lenguaje en que lo decimos”[6] ,
es decir el reconocimiento de la colonización discursiva y la necesidad
imperante de desconstrucción y desmantelamiento[7] del marco, la palabra, la referencia. El
sustento del mensaje que transmitimos y su esencia. No como parte de una
victimización que termina por convertirse en instrumento de desacreditación de
cualquier propuesta sino como observación a las herramientas que usamos
diariamente, como intento de reconocimiento propio debajo de los parches, que
no deje de ser autocrítica pero que tampoco aniquile con la despersonalización
o la exultación de lo abstracto.
[1] Quijano, 2007
[2] Curiel, 2007
[3] La articulación básica de
este “conjunto de relaciones y compromisos estructurados de acuerdo con el
poder, en virtud de los cuales un grupo de personas queda bajo control de otro
grupo” conocido como política. (Millet, 1970) es el discurso y su herramienta,
el lenguaje.
[4] Wittig, 1978
[5] Ídem
[6] Lorde, 1984
[7] Espinosa Miñoso, 2009
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