Unos días apenas tengo de volver a la moto. Una pequeña, automática, sencilla, común y práctica que me permite ir y venir. El equilibrio que necesito para no bajar los pies en los sitios en que debo frenar, la sensación de ser una con la máquina en las vueltas, aunque la velocidad sea tan limitada, el riesgo mínimo pero riesgo al fin. El terapeuta comentó el otro día, al verme entrar con el casco, que eran demasiado peligrosas, algo con lo que él no estaba de acuerdo. Estuve a punto de responder con la frase con la que me reta: ¿y qué haría si no tuviera miedo? Pero me contuve, porque yo aún lo siento. Mi moto apenas es un instrumento para moverme, no es un modelo grande de carretera como el que quiero tener, pero es lo que es. Hoy, arrancándola para el último trayecto al trabajo, me caí. Entiendo que hice una estupidez y de repente estaba en la acera, con la moto en el suelo y yo a un lado frotándome el pie. Una cola terrible de carros al lado y alguien a mi espalda ofreciéndom...
Apuntes breves y no tan breves sobre más de diez cosas.