Era un tipo ceremonioso, acostumbrado a pararse recto, con los hombros alineados a la cadera y la vista al frente. Nunca lo vi agacharse, como si no pudiera ver por debajo del nivel al que llegaba su nariz.
Caminaba despacio, nunca lo vi correr. Su pie derecho se asentaba lentamente en el suelo y solo entonces, permitía que el pie izquierdo descendiera para repetir el mismo ejercicio exacto, calculado, estricto de dar un paso. Estaba seguro que los demás debían esperar por él o lo aseguraba con una exclamación anticipada de su voz ronca que detenía y llamaba.
Llegaba a la oficina de vez en cuando a pedir algo. Cosas sencillas, trámites burocráticos que nunca lo son. Entraba y no veía al frente, donde se encuentra mi escritorio, sin antes ver al lado, donde se encuentra el de mi asistente. Con la pompa de quien preside un gran desfile militar, se acercaba al escritorio de este y un sonoro "Licenciado, buenos días" llenaba el aire y clausuraba la escena con un apretón de manos fuerte. Luego se permitía volver hacia donde yo me encontraba. Con un poquito de conmiseración obligada, hacía una mueca que levantaba el bigote y dejaba ver una hilera de dientes que quizá intentaban una sonrisa. Los dientes se abrían y ahí, del fondo de la caverna salía una voz suavizada a propósito, como si fuera a hablarle a alguien que no comprende del todo lo que le van a decir y entonces expulsaba el saludo: "¿qué tal, seño?".
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