La educación latinoamericana enseña a aceptar y agradecer todos los regalos que nos sean dados, es una muestra básica de cortesía y una fórmula única: me regalan, recibo. Pero poco nos han enseñado que no tenemos obligación de recibir todos los regalos. Es más, poca gente se cuestiona el que pueda no aceptar aquello que le regalan y así, vamos por la vida recibiendo cosas que no nos agradan.
Mas allá de lo material, recibimos generalmente los deshechos ajenos, en actitudes, palabras y gestos. Este ejercicio de aceptar lo que nos ofrezcan no se circunscribe a recibir un objeto tangible sino también las heces verbales que nos sean ofrecidas, quizá sí, envueltas en la falsa cortesía que acostumbramos usar. Y en vez de decir un no, acumulamos la porquería ajena y ahí vamos, cargando con más y sintiéndonos peor, confundiendo relaciones tóxicas con exceso de verdad.
Porque, seamos sinceres, ¿quién no conoce a alguien que acostumbre a regalar aquello que bien podría tirar a la basura? Y siendo así, ¿por qué deberíamos estar dispuestes a recibir la basura ajena? De la misma manera, los comentarios violentos, las opiniones desagradables sobre nuestras cuerpas, las palabras hirientes y los dardos emocionales cargados de veneno no son más que eso, basura ajena. Si no aceptaríamos un contenedor gratuito de estiércol, por sanidad tampoco deberíamos aceptar uno de excremento emocional. Cuán útil es aprender a rechazarlo y renunciar al mandato de reciclaje emocional que ya sea por influencia religiosa o cultural, asumimos como correcto, es parte esencial de hacernos un espacio limpio y propio y qué agradable es habitar(se) (en) un espacio saludable.
Mas allá de lo material, recibimos generalmente los deshechos ajenos, en actitudes, palabras y gestos. Este ejercicio de aceptar lo que nos ofrezcan no se circunscribe a recibir un objeto tangible sino también las heces verbales que nos sean ofrecidas, quizá sí, envueltas en la falsa cortesía que acostumbramos usar. Y en vez de decir un no, acumulamos la porquería ajena y ahí vamos, cargando con más y sintiéndonos peor, confundiendo relaciones tóxicas con exceso de verdad.
Porque, seamos sinceres, ¿quién no conoce a alguien que acostumbre a regalar aquello que bien podría tirar a la basura? Y siendo así, ¿por qué deberíamos estar dispuestes a recibir la basura ajena? De la misma manera, los comentarios violentos, las opiniones desagradables sobre nuestras cuerpas, las palabras hirientes y los dardos emocionales cargados de veneno no son más que eso, basura ajena. Si no aceptaríamos un contenedor gratuito de estiércol, por sanidad tampoco deberíamos aceptar uno de excremento emocional. Cuán útil es aprender a rechazarlo y renunciar al mandato de reciclaje emocional que ya sea por influencia religiosa o cultural, asumimos como correcto, es parte esencial de hacernos un espacio limpio y propio y qué agradable es habitar(se) (en) un espacio saludable.
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